El propósito de este texto es resaltar el carácter popular del servicio de
hospedaje para parejas cuyas estructuras son conocidas como hotel
alojamiento, albergue transitorio, o más sencillamente como telo. El telo
se diferencia de otros servicios de hospedaje por dos atributos fundamentales:
su economía del tiempo y su economía de la privacidad. Ambas
economías permiten la ampliación del acceso social a bienes (materiales e
inmateriales) y servicios que de otra manera estarían restringidos
solamente a los sectores de más altos ingresos.
¿Qué entiendo aquí por una economía? Cito una definición de las provistas
por la Real Academia: "Contención o adecuada distribución de recursos
materiales o expresivos". Podemos decir, entonces, que una economía del
tiempo es una cierta distribución de ese recurso. A diferencia de los
servicios de hospedaje turísticos o familiares, el telo distribuye el tiempo a
través de su fraccionamiento en unidades cuyo inicio, elección y combinación
queda en manos del usuario. En un hotel de turistas uno no puede
elegir el inicio o la duración de la "noche" (que suele ir del mediodía de
un día a las 10 de la mañana del otro). En un telo sí. En el telo el cargo por
el servicio empieza normalmente en el momento del ingreso y termina en
coincidencia con alguna de las varias unidades temporales propuestas:
turno largo, turno corto, pernocte, por nombrar las más clásicas. Este
fraccionamiento está a su vez complejizado por la variabilidad en la
duración de las unidades temporales: los turnos tienden a acortar su
duración en las horas de mayor demanda y el acceso a la posibilidad de
pernoctar tiende a ser pospuesto hasta la medianoche en los días de
mayor afluencia.
Si bien la economía del tiempo del telo marca una clara diferencia con
otros servicios de hospedaje, es en la economía de la privacidad donde
termina de constituirse su particularidad. Esta privacidad está compuesta
por tres dimensiones: anonimato, intimidad y secretismo. A diferencia de
los hoteles turísticos o familiares, el telo no exige ningún tipo de
identificación de sus huéspedes. A ellos se les garantiza, además, el
anonimato respecto de los otros usuarios, minimizando las posibilidades
de contacto e identificación a través del diseño arquitectónico (alguien
tendría que escribir un libro sobre la arquitectura de los telos) y equipamiento,
como se manifiesta en el uso de cortinas que impiden que se vean
los autos estacionados, iluminación, etc. La intimidad está garantizada por
barreras arquitectónicas (cobertura, ausencia o adecuada ubicación de las
ventanas, por ejemplo) o por el equipamiento (buzón de la comida,
frigobar, insonorización, etc.). El secretismo se logra por ciertos mecanismos
técnicos (facturación en la tarjeta de crédito con nombre de fantasía,
imposibilidad de ver a los empleados, etc.) pero sobre todo por una norma
consuetudinaria que le asigna a los trabajadores de los telos la responsabilidad
de uno de los más importantes secretos profesionales de la sociedad
moderna: el de la vida sexual y afectiva de las personas. A estas tres
dimensiones de la privacidad (anonimato, intimidad, secretismo) podría
quizás agregarse una cuarta: la seguridad. El telo garantiza una privacidad
segura, a diferencia de los parques, las casas abandonadas, los autos
estacionados y otras locaciones.
Economía del tiempo y de la privacidad son la clave del telo como
institución fundamental de la vida sexual metropolitana. Y estos atributos
lo convierten en una institución popularizante. ¿Por qué? Porque mediante
una producción en serie de privacidad y el fraccionamiento del tiempo, el
telo logra poner al alcance de muchos el acceso a ciertos bienes y
servicios que serían exclusivos de los ricos. Uno no puede comprarse
un Jacuzzi o pagar un hotel con Jacuzzi, pero puede pagarse un turno
corto con Jacuzzi si la situación lo amerita. Lo mismo con el aire acondicionado
o el tele de plasma (en una época los telos se llenaban los
domingos porque los hombres aprovechaban para ver el codificado, no sé
ahora cómo andará la cosa). Uno no puede comprarse un bulín, hacerse
una escapadita a Colonia (además de llevar pasajeros acompañados por
bolsos con guita en busca del secreto bancario, ¿qué piensan que transportan
los ferrys al Uruguay los días de semana sino empresarios que quieren
caminar libremente con sus amantes?) o usar la casa del country con la
complicidad del servicio doméstico. Pero puede pagar por unos mangos la
privacidad del telo.
El telo funciona sólo en un contexto metropolitano. De acuerdo a nuestra
definición, no hay telo posible en los pueblos. La economía de la privacidad
requiere de un contexto masivo, de una extensión geográfica enorme.
Por eso hay tantos telos en el Conurbano. Porque es difícil que te vean
entrando a un telo en Monte Grande o en Pacheco. Y también porque la
metrópolis requiere el telo. Porque si vivís en San Miguel y conociste una
piba de Quilmes por ahí no te queda otra que ir a bailar por su barrio y
después... Esto se relaciona con el tema de los sin techo encubiertos: los
jóvenes que trabajan, se quieren ir a vivir solos y no pueden porque el más
libre de todos los mercados no provee viviendas con condiciones
(depósito, garantía, etc.) y precios accesibles a sus salarios. A todos ellos y
a los trabajadores de limpieza de los telos que laburan después de (y
sobre) el placer de los otros, va dedicado este textito.
Este post es parte del blog: Conurbanos - http://conurbanos.blogspot.com
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